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domingo, 25 de abril de 2010

Evangelio del Dia

Domigo 25 de abril de 2010

Domingo de la IV Semana de Pascua

Evangelio según San Juan 10,27-30.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Leer el comentario del Evangelio por
Basilio de Seleucia (?- hacia 468) obispo
Homilía 26 sobre el Buen Pastor; PG 85, 299-308

«Yo soy el buen pastor, el verdadero pastor» (Jn 10,11)

Abel, el primer pastor, fue la admiración del Señor que gustoso acogió su sacrificio y prefirió mucho más al dador que al don que éste le ofrecía (Gn 4,4). La Escritura elogia también a Jacob, pastor del rebaño de Labán, haciendo notar los desvelos que tenía para con sus ovejas: «Estaba yo que de día me devoraba el resistero, y de noche la helada» (Gn 31,40); y Dios recompensó a ese hombre su trabajo. También Moisés fue pastor en los montes de Madián, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a los goces [en el palacio del Faraón]. Dios, admirando su elección, le recompensó dejándose ver por Moisés (Ex 3,2). Y después de la visión, Moisés no abandono su oficio de pastor, sino que con su cayado mandó a los elementos (Ex 14,16) y pastoreó al pueblo de Israel. También David fue pastor pero su cayado de pastor fue cambiado en cetro real y recibió la corona. No te sorprenda que todos estos pastores sean cercanos a Dios. El mismo Señor no se sonrojó por ser llamado «pastor» (Sls 22; 79). Dios no se sonroja de pastorear a los hombres, igual que no se sonroja por haberlos creado.

Pero fijémonos ahora en nuestro pastor, Cristo; contemplemos su amor por los hombres y su suavidad para conducirlos a las praderas. Se alegra de las ovejas que lo rodean igual que busca a las que se extravían. No son para él obstáculo alguno ni los montes ni los bosques; corre por «cañadas oscuras» (Sl 22/23, 4) hasta llegar al lugar donde se encuentra la oveja perdida... Le vemos en los abismos; da orden de salir de allí; es así como busca el amor de sus ovejas. El que ama a Cristo es el que sabe oír su voz.

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