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lunes, 26 de abril de 2010

Evangelio del Día

Martes de la IV Semana de Pascua : Jn 10,22-30
Evangelio según San Juan 10,22-30.
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande

«Mis ovejas escuchan mi voz»

Puede ser que tú juzgues que es cosa difícil el orar porque no sabes como hacerlo. Cada uno de nosotros debe ayudarse a orar: en primer lugar, recurriendo al silencio, puesto que no podemos ponernos en presencia de Dios si no practicamos el silencio, tanto interior como exterior. Hacer silencio dentro de nosotros mismos no es cosa fácil, pero es un esfuerzo indispensable. Tan sólo en el silencio encontraremos una nueva fuerza y la verdadera unidad. La fuerza de Dios llegará a ser la nuestra para poder cumplir cualquier cosa tal como se debe; será lo mismo para llegar a que nuestros pensamientos estén unidos a los suyos, para la unión de nuestras oraciones con sus oraciones, para la unidad de nuestros actos con sus actos, de nuestra vida con su vida. La unidad es el fruto de la oración, de la humildad, del amor.

Dios habla en el silencio del corazón; si te pones frente a Dios en el silencio y la oración, Dios te hablará. Y sabrás entonces que tú no eres nada. Dios no puede llenarte de él mismo hasta que tú no conozcas tu nada, tu vaciedad. Las almas de los grandes orantes son almas de gran silencio.

El silencio hace cambiar nuestra visión de las cosas. Tenemos necesidad del silencio para llegar a «tocar» las almas de los demás. Lo esencial no es lo que nosotros decimos, sino lo que Dios dice, lo que nos dice, lo que dice a través de nosotros. En un silencio así, él nos escuchará; en un silencio así, hablará a nuestra alma, y escucharemos su voz.

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