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jueves, 6 de mayo de 2010

Evangelio del Día

Jueves 06 de mayo de 2010
Jueves de la V Semana de Pascua

Evangelio según San Juan 15,9-11.
Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por
Tomás de Celano (hacia 1190-hacia 1260), biógrafo de san Francisco y de santa Clara
Vita secunda de san Francisco, § 125 y 127

«Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros»

San Francisco afirmaba: «Contra todas las maquinaciones y las astucias del enemigo, mi mejor defensa es el espíritu de alegría. Jamás el diablo está tan contento como cuando ha podido quitar del alma de un siervo de Dios, la alegría. Tiene siempre en reserva un polvo que sopla en la conciencia a través de un tragaluz, para hacer volver opaco lo que es puro; pero es en vano que intente introducir su veneno mortal en un corazón henchido de gozo. Nada pueden los demonios contra un servidor de Cristo a quien encuentran lleno de santa alegría; pero lo pueden en un alma apesadumbrada, morosa y deprimida que fácilmente se deja sumergir en la tristeza o acaparar por falsos placeres.»

Por eso el mismo santo se esforzaba siempre en mantener el corazón lleno de gozo, conservar este aceite de alegría cuya alma había recibido esta unción (Sl 44,8). Cuidaba mucho el evitar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta que ésa empezaba a infiltrarse en su alma, inmediatamente recurría a la oración. Decía: «En cuanto empieza a experimentar la primera turbación, el siervo de Dios debe levantarse, ponerse a orar y permanecer ante el Padre todo el tiempo necesario hasta que éste no le haya hecho recobrar el gozo del que está salvado» (Sl 50,14)...

Con mis propios ojos lo he visto, a veces, recoger del suelo un trozo de madera, ponérselo debajo del brazo izquierdo y frotarlo con una varilla tensa como si pasara un arco sobre la viola; así cuidaba el acompañamiento de las alabanzas que cantaba al Señor en francés.

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